El 15
de junio de 2012, el presidente Barack Obama anuncio lo básico sobre un
programa de acción diferida para los llegados en la infancia (“DACA” por sus
siglas en inglés). El programa daría una protección en contra de la deportación
para los jóvenes indocumentados que cumplían con cinco requisitos:
“(1) haber llegado
a los Estados Unidos antes de los 16 años de edad
(2) haber residido
continuamente en los Estados Unidos por un período mínimo de cinco años antes
del 15 de Junio del 2012 y haber residido continuamente en los Estados Unidos
desde el 15 de Junio del 2012
(3) estar
asistiendo a la escuela, haberse graduado de la escuela superior, poseer un
Certificado de Educación General (GED, por sus siglas en inglés), o haber
servido en la Guardia Costanera o en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos
(4) no haber sido
encontrado culpable de un delito grave, delito menos grave de carácter
significativo, múltiples delitos menos graves, o representar una amenaza a la
seguridad nacional o a la seguridad pública
(5) no debe de ser
mayor de 30 años de edad.”
DACA también tenía
una limitación, no enumerada, que hoy cobra mucha importancia: “Aquellos que presenten
su solicitud sin estar sujetos a una orden final de deportación, tienen que
tener 15 años de edad o más.”
La limitación
tenía una lógica: uno de los beneficios más grandes de DACA es el permiso de
trabajo. Los indocumentados que tenían menos de 15 años no tenían la necesidad
de tener un permiso de trabajo. Ellos recibirían poco beneficio de DACA hasta
llegar a la posibilidad de estar en el mercado laboral.
El problema que ha
surgido es el congelo de DACA por el presidente Donald Trump. Trump no ha
podido tumbar DACA en su totalidad, pero ha podido prohibir la entrada de
nuevos solicitantes al programa.
En general, los
que ya están en DACA pueden solicitar la renovación; sin embargo, no se permite
la entrada de nuevos solicitantes. Es muy triste pero una realidad en este
momento. Las personas que cumplen con los cinco criterios y llegan a los 15
años no tienen un camino abierto a DACA.
He escuchado
historias de jóvenes (“soñadores” o “dreamers” para muchos en la terminología)
que se han deprimido mucho en enterarse de esta injusticia. No es difícil
imaginar la situación: un adolescente indocumentado estudia mucho para
progresar. Se esfuerza a pesar de las ansiedades personales sobre su persona y
probablemente su familia y varios conocidos o amigos. Piensa que ha hecho lo
suficiente para poder insertarse de manera más robusta en la sociedad y la
economía. Tal vez ha soñado en estudiar a nivel universitario y pagar la
matrícula con lo que puede ganar en un trabajo formal.
Me faltan palabras
cuando contemplo la injusticia y la crueldad de Trump y los políticos y las
instituciones que le apoyan directamente o tácitamente con su silencio.