Felicidades a los que han aprendido o han intentado aprender otro idioma. Hace años como profesor del inglés, me enteré de lo difícil que era y es aprender un segundo idioma, sobre todo para los estudiantes adultos.
El escritor Vladimir Nabokov tiene una frase genial: “la ‘realidad’ es una palabra que siempre debería ir entre comillas.” La realidad de estudiar otro idioma es diferente para cada uno. Sin embargo, vale la pena compartir las experiencias.
Mi padre es de Puerto Rico y habla muy bien el español. No obstante, por varias razones, mis padres no nos enseñaron el español como pequeños. En Virginia, donde pasaba la mayoría de mi juventud, estaba mal visto hablar español.
Como adulto, intentaba aprender el español. Fracasé varias veces y decidí trasladarme a un país de habla hispana. Me mudé a Valencia, España en 1993 y viví allí hasta 1996. Nunca hice ningún curso (por tanto, los fallos que me salen), pero sí encontré a muchas personas que me ayudaron.
Durante casi tres años en España, hacía intercambios—una hora de conversación en español por una hora en inglés. Además leía libros básicos para aumentar mi vocabulario y progresar con la gramática. Poco a poco, progresaba. Puesto que nadie llega a la perfección, sigo esforzándome.
Quizás la experiencia relevante y clave ocurrió unos días después de llegar a Valencia. Hablaba muy poco español y con un acento muy norteamericano. Tenía miedo e incertidumbre en el momento de empezar cualquier conversación.
Fuí al supermercado Mercadona para hacer la compra. Encontré pan, queso y otras cosas sin tener que hacer preguntas a nadie. Buscaba té negro, pero solo encontraba las infusiones de poleo, manzanilla, etc. Un empleado se me acercó para ofrecer ayuda.
Me acuerdo de decir esto: “Quiero té.” El empleado no me entendió. Repetí la frase varias veces, cada vez volviéndome más frustrado y nervioso. El empleado no me entendía pero tuvo mucha paciencia.
Seguramente, yo estaba pronunciando la “t” como lo hacemos en inglés con palabras como “tea." Pero no sabía eso en ese entonces. Me sentía inútil, incluso un poco estúpido por no poder pronunciar bien la palabra “té.” Encima, iba a tener que vivir sin té hasta encontrar un amigo bilingüe que podía ayudarme.
Pero no perdí la esperanza. No me acuerdo exactamente cuantas veces repetí “Quiero té,” diez veces como mínimo y quizás mucho más. Sí me acuerdo de la paciencia que tuvo conmigo el empleado de Mercadona.
Al final él se enteró de lo que estaba intentando comunicar: “ah, té, ahora ya te entiendo.” Él pronunció “té” con una “t” seca, diferente de la pronunciación que había usado yo. Y él me señaló donde se encontraba el té.
Aunque he superado muchos desafíos en el aprendizaje del español, guardo memorias de los momentos difíciles: escuchar una broma sobre mi acento, estar ansioso por no poder participar en una conversación o salir de una situación por no poder lidiar con el idioma.
Por consiguiente, suelo solidarizarme con las personas que tienen dificultades en inglés. He estado en situaciones parecidas. El consejo principal es de sentido común: si uno sigue estudiando, va por el camino correcto. Lo importante es seguir.
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